La
monarquía.
En
estos tiempos de crisis en los que se la gente valora de otra manera
a las instituciones y a los dirigentes, hay quienes se empeñan,
desde opciones políticas contrarias pero coincidentes, en mantener
la legitimidad del Estado surgido de la transición de la dictadura
franquista a la democracia parlamentaria y la monarquía como
representación de la Nación Española.
La
constitución española se mantiene como norma fundamental,
atribuyéndole unas virtudes de las que carece y siendo casi
intocable, casi, digo, porque cuando se trata de garantizar los
intereses de los grandes especuladores financieros internacionales no
hay problema en efectuar un cambio con el acuerdo casi unánime de
los señores diputados y senadores y, como ya es normal en esta
“democracia” representativa, sin contar con los representados.
Pero
no se trata en este pequeño artículo de tratar las inconsistencias
y contradicciones de la constitución española de 1978, sino de una
“institución” recogida por ésta y heredada directamente de la
dictadura del general Franco: La Monarquía.
Efectivamente,
la monarquía española actual es la que quiso el dictador. Mediante
la Ley de Sucesión de 1947, una de las siete leyes fundamentales del
Estado surgido de la Guerra Civil Española, el dictador se reservaba
el derecho de designar a su heredero, a título de rey o regente
(artículo 6). Franco, en el ejercicio de la potestad que le confería
la citada ley, designa a Juan Carlos Borbón como futuro rey de
España, siendo proclamado
por las Cortes como sucesor de Franco el 22 de julio de 1969, cuando
Juan Carlos jura: «LEALTAD
A SU EXCELENCIA EL JEFE DEL ESTADO Y FIDELIDAD A LOS PRINCIPIOS
FUNDAMENTALES DEL MOVIMIENTO Y DEMÁS LEYES FUNDAMENTALES DEL REINO»
juramento que reitera en el momento de su coronación en 1975.
La
redacción de la constitución española de 1978, fuertemente
condicionada por el estamento militar que, entre otras cuestiones
irrenunciables, reconocía a Juan Carlos como sucesor del dictador,
elegido por éste, recoge esa situación “de facto”. Se produce
una rebaja de planteamientos políticos en los partidas de la
izquierda: PSOE, PSP, PCE,... que aceptan la monarquía como “mal
menor”. Con el tiempo los partidos “de izquierda” no sólo
acogen la monarquía sino que la hacen suya abrazándola con calor y
candor, caso del PSOE, y si bien algunos enarbolan banderas
republicanas, en realidad no plantean seriamente el cambio de forma
de Estado. Todos ellos reconocen la figura del monarca como
“necesaria” e incluso justifican su postura en los grandes
servicios prestados por el monarca y en la tradición monárquica del
Estado Español.
Y
es precisamente acerca de la tradición monárquica del Estado
Español sobre lo que quiero llamar la atención y, concretamente,
sobre la bondad de esa “institución” que tenemos que soportar
(de dar soporte, sobre todo económico) los ciudadanos con DNI
español.
Para
ello no se me ha ocurrido nada mejor que hacer una breve glosa de
cada uno de los reyes de España desde principios del siglo XIX hasta
la actualidad.
Empezamos
con Carlos IV. Este rey, en realidad, en lo que estaba interesado era
en los relojes (le llamaban el rey relojero). Carlos IV continuó una
antigua tradición de los reyes de España, y de otros países,
designar un valido, un primer ministro, que se encargaba de los
asuntos oficiales quedando él sólo para firmar con un escueto “yo
el rey” y poderse dedicar a la caza y a sus relojes. Durante su
reinado España sufrió una grave crisis económica, comenzó la
invasión por los ejércitos napoleónicos y la corrupción y la
especulación eran la moneda de cambio generalizada.
Lo más grave de este rey es que ni siquiera supo, en momentos de grave
crisis, tomar conciencia de su posición y mantenerse en su puesto
con una mínima dignidad. Efectivamente, con las tropas napoleónicas
en España y el pueblo sublevado contra el invasor francés, no se le
ocurre otra cosa que ceder a Napoleón Bonaparte los derechos a la
corona de España, algo que merecería, como poco, una condena por
traición pues lo hizo a cambio de una pensión de 30 millones de
reales anuales.
Seguimos
con Fernando VII, hijo del anterior. Si hay un rey de España que me
resulte especialmente antipático es este. Probablemente reúne todas
las malas cualidades de un mal gobernante y peor persona: mal hijo,
traidor, falso y perjuro. De su ejecutoria “profesional” es
consecuencia que España se desangrara en guerras civiles durante
buena parte del siglo XIX.
Las
primeras “perlas” de Fernando se producen cuando aún no era rey:
a finales de 1807 se produjo la conjura de El Escorial, conspiración
que él encabeza y que pretendía la sustitución del valido del rey,
Manuel Godoy, y el destronamiento de su propio padre. Pero, frustrado
el intento, el propio Fernando delató a sus colaboradores. Dos en
uno: conspirador y delator, vaya elemento para ser rey.
Pero
es que poco después, y al igual que su padre, pacta con Napoleón
Bonaparte, renuncia al trono, a favor de su padre, a cambio de un
castillo y de una pensión de 4 millones de reales anuales. Mientras
tanto, españoles de todas clases y de todas las provincias y
colonias, se sublevan contra los franceses al grito de ¡viva
Fernando VII!… pobres valientes ignorantes.
Fernando
VII regresa a España una vez acabada la guerra de la independencia,
traicionando a los aliados (ingleses y portugueses) que habían
contribuido muchísimo a la expulsión de los franceses, pues firmó
con Napoleón un tratado de neutralidad y de expulsión de los
ingleses de España. Durante el transcurso de la guerra los españoles
se dieron una constitución que Fernando se apresuró a derogar a su
llegada. También llegó a condenar a muerte a aquellos que, luchando
en su nombre para devolverle el trono se habían distinguido en la
guerra, como el famoso guerrillero Juan Martín “El Empecinado”
únicamente por ser partidarios de la constitución de Cádiz.
A
Fernando VII le importaban poco los juramentos, por muy sagrados que
fueran: de su famosa frase “marchemos francamente y yo el
primero por la senda constitucional” cuando jura la
constitución de Cádiz en 1820, nada queda al poco tiempo, pues en
octubre de 1823 se vuelve a restablecer el absolutismo mas carca y
despiadado que duraría hasta su muerte.
Su
falta de decisión le hizo posponer hasta el final de su reinado la
promulgación de la ley que permitiría reinar a su hija Isabel, al
poco tiempo la derogó presionado por los partidarios de su hermano y
luego, mas tarde, la volvió a confirmar. Todo ello no significó
sino la semilla de las guerras de sucesión, guerras carlistas, que
transcurrieron en España desde su muerte.
Continúo
con la hija de Fernando VII, Isabel II. Lo menos que se puede decir
de esta pobre señora es que era una crédula, inepta, ninfómana y
vulgar. Nada hizo para beneficio del país donde reinaba, se dejaba
manejar por cualquier elemento con sotana o hábito monjil y
despreciaba a los políticos y militares que la apoyaban y sostenían
en el trono.
Su
debilidad mental, dicho esto en su favor, para excusarla, hizo que
siguiera los consejos del “padrito” Antonio María Claret y de la
monja farsante Sor Patrocinio, que decía que tenía los estigmas de
la fe, o sea las llagas de Cristo. Esta dependencia religiosa de la
reina no sólo la afectaba a ella y sus relaciones personales, sino
que influyó muchísimo en la política de la España de la
época.
Si
algún avance se produjo durante su reinado no fue por sus actos y
decisiones políticas, sino, mas bien, a pesar de ellas.
Isabel
II, siguiendo una tradición familiar iniciada por Carlos IV y
Fernando VII abandona España cuando hay problemas, mas o menos vino
a decir “ahí queda eso” y no asumió ninguna responsabilidad
política en la crisis que origina la revolución. Eso sí, no
renuncia a ninguno de sus “derechos”.
Los
españoles al verse privados de la institución monárquica deciden
que mejor lo de fuera que lo de dentro y se traen a un italiano para
que haga de rey, Amadeo de Saboya, el pobre tenía varios defectos,
no parece que fuera muy inteligente, masón y liberal, no se granjeo
precisamente las simpatías del pueblo y las distintas facciones
políticas le tiraban a matar, resultado: también dejo el trabajo
por baja voluntaria, los problemas no eran lo suyo.
Después
de la I Republica, que duró de febrero de 1873 a diciembre de 1874
se produce... lo adivinan: La restauración de la monarquía
borbónica. Se le ofrece la corona a Alfonso, hijo de Isabel II y,
como dice la wikipedia, “oficialmente” de su marido.
Alfonso
XII es quizá la excepción de la regla, no estaba animado por un
sentimiento vengativo ni rastrero, como su abuelo, supo dejar la
política en manos de los que se suponía que la entendían, quedando
sólo como figura decorativa e incluso, en momentos de dificultades,
tuvo el suficiente valor de acercarse al pueblo. Bueno, también le
gustaba sobre todo acercarse mucho a la parte femenina del pueblo.
En
definitiva, no era mala gente, pero tampoco hacía ninguna falta.
Aunque realmente no es que haya tenido mucho tiempo para portarse
mal, pues su reinado duró sólo diez años falleciendo muy joven,
con 27 años. Este rey fue el único que murió en su puesto, de
todos los que reinaron en el siglo XIX y en el XX.
A
la muerte de Alfonso XII le sucede su hijo póstumo, Alfonso XIII.
Con este rey vuelven a repetirse conductas similares a las de sus
antecesores, desde la utilización del Estado para su propio
beneficio mediante sus relaciones con inversores de todas clases y su
participación en negocios ilegales, hasta la traición a la
constitución vigente, mediante el apoyo al golpe militar del general
Primo de Rivera. En realidad, como curiosidad, este rey se dio un
golpe de estado a sí mismo.
Cuando
en 1931, ya fracasada la dictadura de Primo de Rivera, se vuelve a un
sistema de libertad de partidos y en unas elecciones municipales
resultan victoriosos los republicanos, el rey hace lo mismo que su
abuela: se marcha y ahí queda eso.
Pero
no se piensen que el pobre tuvo que trabajar para ganarse la vida en
un duro exilio, como ahora hacen los jóvenes españoles, no, él
gastó en su exilio unos tres millones de euros anuales.... si,
quinientos millones de pesetas al año, no vivía mal, no.
De
ese dinerillo entregó, a un militar golpista en 1936, dos millones de
libras que supongo no servirían para compras de vendas y apósitos
sino para poder tirar bombas sobre las cabezas de los pobres,
realmente pobres, ciudadanos españoles de la zona republicana.
Después
de la guerra civil española y como se relata al principio de este
artículo, el dictador impone su sucesión. Sucesión que soportan
ahora España y sus colonias y en la que vemos repetidos los defectos
de los monarcas anteriores, desde la traición o perjurio, el
desmedido afán por el lucro personal, el desinterés en los asuntos
de estado,... Y todo ello adobado con el encubrimiento de los poderes
del Estado, la adulación y el seguidismo de los partidos de todo
signo.
Juan
Carlos Borbón sancionó con su firma la constitución española de
1978, que contradice buena parte de las normas que juró cumplir y
hacer cumplir en 1969 y en 1975.
Aquí
Juan Carlos Borbón jurando lealtad a Franco como sucesor, no existe
grabación disponible pero he aquí el texto:
Presidente
de las Cortes: " EN NOMBRE DE DIOS Y SOBRE LOS SANTOS
EVANGELIOS, ¿JURÁIS LEALTAD A SU EXCELENCIA EL JEFE DEL ESTADO,
FIDELIDAD A LOS PRINCIPIOS DEL MOVIMIENTO NACIONAL Y DEMÁS LEYES
FUNDAMENTALES DEL REINO?
Príncipe
Don Juan Carlos: " SI, JURO LEALTAD A SU EXCELENCIA EL JEFE DEL
ESTADO Y FIDELIDAD A LOS PRINCIPIOS FUNDAMENTALES DEL MOVIMIENTO Y
DEMÁS LEYES FUNDAMENTALES DEL REINO".
Presidente
de las Cortes: " SI ASÍ LO HICIEREIS, QUE DIOS OS LO PREMIE,Y
SI NO, OS LO DEMANDE".
Aquí
jurando lealtad a las Leyes Fundamentales del Reino y a los
Principios del Movimiento Nacional para ser proclamado rey.
Y termino
con las palabras del escritor americano Samuel L. Clemens, más
conocido por su seudónimo Mark Twain, en su novela “Un yanqui en
la corte del rey Arturo” que no puedo menos que hacer mías:
“Pues
bien, el país era realmente curioso, y además pleno de interés. ¡Y
la gente! Era la raza más peculiar, más simple y más crédula...
¡Pardiez, si eran como conejos! Para una persona como yo, nacida en
una atmósfera sana y libre, resultaba deplorable presenciar sus
humildes y entusiastas desbordamientos de lealtad con el rey, la
Iglesia y la nobleza. Como si tuviesen más motivos para amar y
honrar al rey, al obispo y al noble de los que tiene el esclavo para
amar y honrar el látigo, o el perro para amar al desconocido que le
propina un puntapié. ¡Diantre! Cualquier tipo de realeza, por muy
modificada que se encuentre, cualquier tipo de aristocracia, por muy
podada que se halle, resultan un insulto indiscutible, pero si naces
y creces bajo esas condiciones, probablemente no lo descubrirás
nunca, y tampoco lo creerás cuando alguien te lo diga. Todo ser
humano debería sentirse avergonzado de su especie al pensar en los
mamarrachos que siempre han ocupado los tronos, sin razón ni derecho
alguno y al recordar los individuos de séptima categoría que
siempre han figurado como miembros de la aristocracia: un elenco de
monarcas y nobles que en la mayoría de los casos habrían
permanecido en la pobreza y la oscuridad si hubiesen tenido que
depender de sus propios esfuerzos, como sus semejantes de mayor
valía.
Para todos los que le ríen las gracias a la monarquía actual, que comentan sesudamente las palabras del monarca en sus mensajes de navidad, que defienden sus hipócritas declaraciones en los momentos de crisis, concediéndole una virtud que no tienen, etcétera, etcétera, que lo disfruten.
Algunas referencias: